Hay discos que suenan a catarsis y otros que suenan a herida abierta. Grief is a Garden (Forever in Bloom), el tercer álbum de Fotoform, pertenece a ambos mundos: es un ejercicio de honestidad brutal envuelto en melodías que brillan como cristales rotos. Kim House y Geoff Cox, el dúo detrás del proyecto, no solo exploran el duelo; lo diseccionan, lo plantan en tierra fértil y observan cómo crece.
El título no es metáfora vacía. Grief is a Garden sugiere que el dolor no es un páramo estéril, sino un ecosistema vivo. Las letras no buscan consuelo fácil, sino nombrar la tormenta.
Musicalmente, el disco es un puente entre el post-punk sombrío y el shoegaze etéreo, con bajos cristalinos (“If You Knew”) y guitarras que se derriten como cera (“This City is Over”). Pero lo más impactante es cómo la música refleja el viaje lírico: las canciones comienzan densas, casi claustrofóbicas (“Grief is a Garden”), y gradualmente dejan entrar luz (“Don’t You Worry, Baby”). No es una evolución lineal, sino orgánica, como las capas de un jardín que se renueva.
El tema central es la transformación. En “Grief is a Garden”, House describe el duelo como algo que “florece, se descompone y se nutre a sí mismo”. No es una metáfora nueva, pero la manera en que Fotoform la musicaliza —con sintetizadores que palpitan como latidos distorsionados— la hace visceral. Incluso en su momento más oscuro (“The Hollow”), hay un dejo de esperanza: “Sigo aquí, aunque no sepa por qué”.
Comparado con Horizons (2019), donde el grito primario dominaba, este álbum es más introspectivo. Michael Schorr (ex-Death Cab for Cutie) en la batería aporta ritmos que laten como heridas cicatrizando, mientras los arreglos acústicos (“Fallow”) recuerdan a las baladas post-góticas de los 80, pero con una claridad moderna.
Grief is a Garden no es un disco fácil. Exige escuchar con los poros abiertos, pero su recompensa es inmensa: es un mapa sonoro para quienes atraviesan pérdidas, una prueba de que el arte puede nacer incluso de la tierra más agrietada.