Últimamente todo parece una campaña. Todos prometen todo. Y ahora que en México vamos a elegir a las personas juzgadoras por voto popular, mucha gente espera que quienes aspiramos a esos cargos también salgamos a decir lo que quieren escuchar: que vamos a acabar con el desempleo, subir sueldos, arreglar el país. Spoiler: no se puede.
Ser jueza no es ser política. No se trata de lanzar promesas vacías ni de decir lo que suena bonito en redes. Se trata de tener claro el rol: impartir justicia. Así, sin adornos. Y eso es justo lo que vengo a decir.
Yo no prometo cosas que no me corresponden ni pienso maquillar lo que hago. Lo que sí puedo asegurar es que, si llego al cargo, me comprometo con lo que realmente importa en el trabajo jurisdiccional. Cosas como:
– Resolver juicios con imparcialidad, sin favoritismos ni rollos raros.
– Escuchar a todas las partes con respeto y atención. Nada de juezas que llegan con el veredicto armado.
– Buscar la verdad en cada caso. No con magia, sino con diligencia, pruebas y trabajo real.
– Apoyar al equipo de trabajo, porque un buen ambiente laboral también es justicia.
– Hacer que todo fluya sin que se acumulen casos o se pierda tiempo (ni vidas).
Y no, no es una campaña de marketing. Es simplemente hacer lo que se tiene que hacer. Porque en tiempos donde todos quieren likes, lo verdaderamente radical es ser responsable.
Ser juzgadora no es entrar a una especie de reality show institucional. No hay rosas para la eliminada ni plot twist con música dramática. Esto no es The Bachelor, ni Succession, ni un TikTok con audio de Pedro Sola. Esto es la vida real. Y acá, lo que se necesita no son promesas, sino justicia.