En una industria que mercantiliza el instante y celebra lo efímero, Kachete opta por otra lógica. “El Tiempo” no intenta competir con los algoritmos ni replegarse en la nostalgia: lo que hace es detenerse a mirar. Después de liderar a Terreviento y reventar escenarios a punta de distorsión, Jorge Ruiz apaga los amplificadores para hablarnos desde otro lugar, uno donde el silencio importa tanto como la electricidad. Su nuevo videoclip, dirigido por Francisco Luna y grabado en una casona del centro de Lima, disfraza cualquier intención efectista: esta pieza deja que el tiempo respire, que los gestos hablen, que el pasado pese.
La canción nace desde ese lugar: el de alguien que ha vivido lo suficiente como para desconfiar del espejismo de lo nuevo. La industria —como bien sugiere el tema— solo tiene ojos para lo joven, lo reciclable, lo inmediato. Kachete, en cambio, ha decidido no encajar. No lo necesita. Con Gonzalo Farfán en la composición y músicos como Gabriel Gargurevich y Javier Kings en momentos clave, “El Tiempo” funciona como un acto de resistencia pausada: sin prisa por impresionar, con la decisión firme de quedarse en lo esencial.
El videoclip se mantiene fiel a esa mirada. Travellings veloces y cortes nerviosos quedan fuera. Predominan los planos fijos, texturas ásperas, una especie de melancolía luminosa que se posa sobre la arquitectura vieja como si ya supiera que todo pasa. La actuación de Kachete evita sobreactuar; basta su cuerpo contenido, sus ojos que rehúyen la cámara, para que se entienda la carga vital de la letra. Todo funciona como respuesta al exceso: menos velocidad, más peso.
Quizás lo más importante es que “El Tiempo” elude el desencanto. El cinismo brilla por su ausencia. Lo que hay es otra forma de entender la presencia: una que no busca competir con nadie, porque ya vivió lo necesario. Kachete está diciendo algo que pocos se atreven a articular con tanta claridad: que envejecer no es una derrota, sino una forma de acumular sentido.
Lo verdaderamente raro —y valioso— en estos tiempos no es sonar joven, sino tener algo que decir cuando ya pasaste por todo. Y ahí está Kachete, diciendo lo suyo sin apuros, sin fórmulas, sin parecer otra cosa. Hay algo profundamente político en eso. Y profundamente humano también.