En América Latina la música siempre se ha tejido entre la celebración y la catarsis. Ritmos que nacieron para el baile también fueron herramientas de denuncia y memoria. El grupo peruano De La Kaye ha recorrido ese espectro durante años, nutriéndose de géneros afrocaribes, andinos y urbanos para proponer un lenguaje mestizo y festivo. Por eso sorprende que su nuevo sencillo FOMO se apoye en la crudeza del blues, una decisión que marca un quiebre en su discografía y, al mismo tiempo, revela una coherencia interna que no depende de la forma sino del espíritu con el que entienden la música.
FOMO se grabó en una sola noche, bajo la producción de Tuto Figueroa. La voz de Jeani se asienta sobre una guitarra que parece arrastrar décadas de cansancio y una percusión mínima que sostiene lo indispensable. El resultado es directo, sin ornamentos, con un aire áspero que se siente más cercano a un confesionario que a un estudio de grabación. El contraste con sus anteriores lanzamientos es evidente. De La Kaye suele transitar por la salsa, el merengue o el rap con entusiasmo colectivo, pero aquí se arriesgan a soltar la carcasa rítmica para dejar al descubierto un esqueleto emocional mucho más austero.
Ese cambio no implica abandono de raíces. La banda siempre se definió por cruzar territorios y crear puentes culturales, y en FOMO aparece otra tradición igualmente potente. El blues, nacido de la experiencia afroamericana, conecta de manera natural con la historia de nuestros pueblos. Esa afinidad con la resistencia, con el cansancio frente a un sistema que devora, se siente a lo largo del tema. Jeani lo dice sin rodeos al hablar de lo difícil que resulta sostener un proyecto independiente en tiempos de algoritmos y viralidad. Su interpretación se carga de esa fatiga, transformándola en energía compartida.
Escuchar FOMO confirma que la fiesta sigue palpitando en la propuesta, mientras también abre un espacio para la tristeza y el desgaste como parte de nuestra identidad. La canción no se presenta como excepción dentro de su repertorio, sino como otra forma de seguir dialogando con un público que ya no se conforma con la superficie. Y en ese gesto, De La Kaye consigue que el blues se sienta latinoamericano, que la melancolía sea también colectiva, que la honestidad funcione como celebración.
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